Cuando la conocía pensaba en la Luna como algo personal, estaba en el cielo, era un objeto que de alguna forma me pertenecía. Era mi satélite. Para mí representaba todo lo que es secreto, en contraste con lo público, lo evidente, que es el sol… La quería mucho, era poética, pura poesía. Entre nosotros había un vínculo, un destino común. Estaba allí, como un ojo, o como un oído, me decía cosas.
Jean Paul SARTRE
Para muchos la llegada del hombre a la Luna fue una usurpación, incluso un suicidio, como insinúa Malraux : «On va sur la Lune mais si c’est pour s’y suicider, à quoi cela sert-il ?». El objeto mítico se convirtió en un cuerpo definitivamente extraño, arrebatado. No era, como vemos, un objeto cualquiera, era una realidad muy próxima con la que se convivía, casi un sujeto. Su potencia encantadora, lejana y presente al mismo tiempo, luminosa y oscura, llena de secretos, pareció perderse con la primera huella de Amstrong sobre su superficie.
Probablemente todos los documentos que tanto han proliferado desde entonces tratando de demostrar con pruebas fotográficas, geológicas o tecnológicas que el hombre no ha llegado a la Luna, que el alunizaje de la Apolo no habría sido más que la última gran patraña de la Luna, fruto de la necesidad de alimentar el hambre monstruosa de noticias, solo tengan un único propósito, el de recuperar la luna, sus sombras, para un hombre que necesita el mito tanto como el logos y se niega a incorporarla a la remota claridad de la historia con el fin de mantenerla en la proximidad de un misterio incalculable.
De NASA (image by Lunar Reconnaissance Orbiter) – JMARS, Dominio público,