El 28 de diciembre Marion Thieme, su compañera de tantos años, me contó que Antonio había muerto. Diciembre es un mes en general nefasto, sobre todo los días que tienen el siete. De repente, cayeron sobre mí los días compartidos en Munilla y en Madrid, los paseos por el hayedo cercano, las visitas al taller de Marion, las conversaciones, las sonrisas.

En su homenaje quería dejar algunos textos suyos.
Escrito para su colaboración con la videoartista Johanna Speidel sobre las cartas del tarot.
El Loco
Ya no represento ningún sonido.
Separado del lenguaje escucho la luz en mi interior. Separado de la lengua mi desnudez invoca un abandono, abro los ojos para escuchar la luz y la extrañeza es una túnica que se desliza de mis hombros hasta el suelo. Estas ropas son despojos de mí mismo que no entiendo, como el hábito de nieve que mis pies en el origen se obstinaron en llamar tierra, fuego, remolino de vapor que el sol eleva hasta las nubes. Ahora descalzo ya no nombro, los símbolos que me arropaban ya no significan, no hay concepto que aleje mi piel del fulgor que extraviada me alimenta. Abismada en el placer desconozco el camino que se abre dentro, fuera, víscera que late en la ignorancia, periferia de algo siempre alerta, dispuesto siempre para la partida. No hay y no soy. Y ningún sonido acompaña mis pasos.

Estas indicaciones me envió para ayudarme a escribir el prólogo para su libro Tracto
TRACTO, entendido como pasaje que conecta una experiencia con otras, una oscuridad con otras oscuridades, una luz con otras luces, transformándose él mismo –el tracto-poema- en acto experimental y autónomo que indaga en la esencia del lenguaje, de la palabra poética.
SIN NOMBRE contiene poemas -aunque bien se podría hablar de uno solo, fragmentado- que parten de una reflexión sobre la misma construcción del texto, en cierto modo de las esperanzas que anidan en el corazón de quien lo escribe y se ve obligado a vagar por esa llanura helada, más bien salvaje y poco conciliadora.
CORONA TALLO RAÍCES. Es aquí donde creo que mejor se dibuja la nueva situación, la inmersión en el paisaje antes desconocido donde conviven quien escribe y su escritura. Son poemas escritos –contrariamente a la idea de lentitud en la que prefiere moverse mi obra- en una única noche al hilo de dos noticias de considerable trascendencia a nivel personal: una carta que anuncia una muerte en la familia y la tala de una hermosa alameda que sombreaba el río. Creo que es en estos textos donde, partiendo de la experiencia de la desaparición, descubro mi más íntimo vínculo con el paisaje, esa geografía áspera y hermosa que, sin grandes dramas, de forma humilde y callada, recorre cotidianamente el camino de la vida a la muerte y de la muerte a la vida.
Poeta de los principios, y por eso, también de las sombras («luz cuando estoy hecho de sombras»):
comienza todo aquí
en la falange de este
dedo todo
aquella garganta tan audaz
que hasta ti conducía
dónde brotaba
ah el olvido en el ser
una escalera de peldaños
desiguales como tú
bajosubiendo en la penumbra
¿somos seremos uno
los dos?
dónde el germen las raíces
mi boca un brote que en tu
cuerpo ascendía
de la nada dedo sumergido en
la tiniebla
aflorando el aliento
toda una mano ocupada en
contenerlo encerrar un manantial
que huye

Animista:
Fuera, giran los árboles vigilando
Este vacío
Se dejaba hablar:
no elijo la palabra es
uncida a mí
como la huella tira
del eco de los pasos
permanece
a la lengua cosida
cicatriz inexpresable
soy fragmento
ven voz abórdame
hunde en mi garganta esta
cifra canto

Gracias, Antonio. Hasta siempre