Gabinete de sombras

Poemas de Paco Carreño, fotografías de Paula Noya

  • Editorial: La Factoría de Papel
  • Madrid 2015
  • ISBN: 84-617-3922-6

Mi querida amiga Paula Noya me ofreció colaborar en esta publicación. En ella se recogen fotografías de los característicos trajes de nazareno que se utilizan en Moratalla.  Ella quedó muy rápidamente prendada de esta Semana Santa en la que cortinas y manteles toman las calles a golpes de tambor. Al parecer, la tradición tiene que ver con las dificultades económicas que algunos encontraban para participar en las procesiones con los ortodoxos trajes de nazareno. De ahí viene ese reciclaje de retales. Pero yo soy más bien partidario de interpretar esa especie de arlequinada kitsch como un gesto contestatario frente a la muerte, la de Dios y la de todas las cosas, en sintonía con el carácter festivo que se da a las procesiones en otras partes de Murcia, como en Lorca. Con el estruendo de las baquetas se celebra la voz de las cosas mudas, con las telas inservibles la euforia de los parias de la materia que no quieren perderse la fiesta de la resurrección.

En este mediodía visceral, quizá haya que pegarle fuego a las máscaras para que salga el ermitaño que vive dentro, para despertar todo lo que ya está despierto y se arrastra, sonámbulo, por un sueño impropio.

Ese estado en el que por fin se comprende

a seres en nada semejantes,

la idiotez quizás, o simplemente

no repetir la duda de estar vivo.

Ese estado que alguien busca sólo

en momentos necesarios, cuando

montones de Parcas han ocupado el tiempo

y ya no saben si tejen

o destejen, cuando la piel hila

su pliegue al polvo.

Ese único estado por el que pasan todas las noches

condenadas a desaparecer para poder ser una vez más

las únicas armas que se rompen

entre los rosados dedos de la aurora.

Y por eso hay rostros en todas partes: en el lomo, en las manos, en el pecho, entre los dedos, rostros que cuelgan de los árboles, rostros en las plumas que el deseo lleno de ojos mueve, en los remos, en la quilla, en el extremo del mástil y en cada uno de sus puntos. En los granos también hay pequeños rostros en miniatura, y en las vetas de la madera que surcan las máscaras y figuran las llamas elevándose, en el color perdido por el bosque, en el cuerpo del viento que de repente se detiene, observa, sigue, ya ciego.

Para ser lo que ya somos,

lo que no somos,

lo que deseamos ser,

lo que no deseamos ser,

lo que en el fondo somos,

lo que podríamos ser,

para dejar de ser,

para dejar de no ser,

para no dejar de no ser,

para no dejar de ser

como la máscara

una perpetua soledad

de movimiento,

escribo ahora

este libro de máscaras.