Antología de poetas vinculados a la revista Salamandra
- Editorial: La Torre Magnética
- Madrid 2000
- ISBN: 8492089016
Durante muchos años la revista Salamandra, publicación periódica del Grupo Surrealista de Madrid, ha acogido con gran hospitalidad mis textos. Fruto de esa colaboración es la antología Indicios de Salamandra, en la que también están Eugenio Castro, Manuel Crespo, Jesús García Rodríguez, Silvia Guiard, Miguel A. Ortiz Albero y José Manuel Rojo.
Textos
Yo he estado en ese lugar.
No era ninguna de las plazas.
Se exprimían uvas
y la noche llegaba de repente,
mucho antes de la perfección.
Por una minúscula pradera albina
péndulos y ruedecillas
jugaban al escondite,
borrachos de eternidad.
Alrededor, intrusos los caminos,
esfinges adolecidas se destrozaban la cara.
Frutos de fuego quedaban sobre las zarzas.
Y ahora, sin baliza alguna,
el puerto es mío,
Creéis que lleváis un cuerpo que no es vuestro cuerpo,
que arrastráis un ahogado, un moribundo, una fábrica de tristeza,
pero es vuestro cuerpo, como sombra perfecta, lo que así trasladáis
de una orilla a la otra, sobre puente carcomido por la voz del río.
Creéis que luces fogosas atienden vuestras luces,
atravesando densas oscuridades, reinos de nadie,
para nombraros eclipses, altos planetas, dioses opacos,
huecos de un tiempo ya consumado.
Creéis en el cristal despierto de vuestra ventura,
que sedientos rayos vienen al reflejo,
en vuestro pozo dorado a descansar la gloria,
que lanzas sobran para horadar silencios.
Mas nadie conoce vuestro destino, nadie os matará
nervio a nervio, en el cadalso azul de las horas.
Tábanos de fuego saldrán del hígado
a poblar el cielo raso del cráneo.
De la orilla que duerme a la que mira,
de la luciérnaga al fuego de las torres,
del pálpito del lagarto a los tambores
jamás nadie os abotonará el ombligo
a la estrella de vuestro nacimiento;
como mucho, en azufre soñoliento,
en moldes torcaces os encajarán los pezones,
al centro del espejo.
Es caminante desea oscuramente perder el sentido. Alguna vez ha sentido el vértigo, la proliferación de los mojones, la paulatina pérdida de referencias, esa malsana certidumbre de tener todavía pies como única riqueza, y ha seguido como quien nada tiene sino atornillarse al avanzar de sus pasos por malezas de muy diversa calaña.
Siempre en la brecha, para él la senda no es más que una herida necesaria. Cuando descubre un filo en su ser hiende con todo su peso la precaria dirección envuelta en cicatrices ansiosas. Entonces, toda la fuerza que el destino ha depositado en su presencia se concentra a su espalda, como un coágulo de aliento imperioso, traducible al miedo, bendita fiera.
El caminante es hermano del olvido, a quien busca por todas partes. En un esfuerzo por borrar sus huellas arremete contra los bordes. Embestida tras embestida configura la memoria de su derredor. Se derrostra cual efigie desacuñada por el vuelo constantemente repentino de enormes bandadas de aves migratorias. Luego se ufana ante un espejo iluminado por cera de arañas acostumbradas a libar en las pestañas cosméticas de viejas funerarias. Su imagen, hay que decirlo, en esas condiciones atraviesa el azogue y se pierde en la oscuridad.