- Editorial: Biblioteca de Autores Manchegos
- Colección: Ojo de Pez, XLVII, pp. 9-33
- Ciudad Real, 1999
- ISBN: 87-7789-151-6
- Descargar el texto «La fugacidad en El tránsito en su huella»
Alfonso Carreño es un poeta doblemente querido. Su muerte, en 1988, fue un hachazo. Poco a poco, sus amigos, entre lo que se contaban aquellos que formaban su comunidad concreta, fueron sacando sus poemas del silencio, al que había declarado su enemigo. Yo me uní a ellos con este texto que servía de introducción a su último poemario póstumo editado, El tránsito en su huella.
A veces me he preguntado si el olvido en el que se encuentra su poesía no tiene que ver con una incapacidad de esta época para reconocerse en una palabra demasiado carnal, demasiado honda, si su atrevida concepción de un tiempo abierto a la inauguración, en permanente desafío a lo acostumbrado, no estará reñido con la mediocre extensión de la actualidad.
Ha sido una gran influencia en mi vida. Él era muy generoso y yo tenía mucho que aprender. Durante años me dejó montones de libros de su biblioteca de El Marañón. Allí estaban las obras completas de Huidobro, el cuarteto de Lawrence, todo Rilke, algunos filósofos que él utilizaba como somnífero y yo como guía hacia lo desconocido, montones de lecturas que ponía a mi disposición en un plazo mucho más cómodo que las bibliotecas públicas y universitarias de Madrid. Participé todo lo que pude en su celebración de la vida. Mi principal obsesión, el amanecer, viene en gran parte de él.
Selección de poemas de Alfonso Carreño
TE orillarás,
rebrote sin origen
de éste que hoy –yo– te rumia.
Reciente padre antiguo,
albañil del olvido
que hace el día y la noche,
huésped fijo en la tumba
nómada de los rostros.
No, nadie te enumera,
nadie ha palpado el quince, el ocho, el cero,
ni asomó a los brocales
futuros de la cifra:
tu número preñado pare el triste
candor que alumbra el ademán del alba.
EMANA el tiempo del arcón endrino
de la noche, quieto en las desvalidas
espaldas de la luz, como un recuerdo
fuera de sus haciendas de memoria.
Cada noche
es la raíz constante donde alienta
la vida acorralada en sus recintos
esenciales y extremos. Es la hora
de la idea sin hojas en el nudo
justo y austero de su rama
carcomida y perpetua: los insectos
y las aves la horadan y la pueblan
de su afanoso pálpito, en viaje
sonámbulo, sin meta,
ni guía, ni retorno.
SOY en aquello que hace humano al hombre.
En el sudor y en el cansancio. En manos
que cogen y que entregan,
que se abren, se cierran y tocan
y al fin se desenlazan
dormidas.
Soy en el vuelo torpe
de todos los borrachos,
me desplazo en sus alas, apadrino
sus iras y su angustia. Soy la lengua
de todos los amantes, la caricia
sin amo de los viejos, la mejilla
que la existencia altera cuando ríe
o solloza.
Invito
a la honda ceremonia de ser todos
a este cuerpo en que habito
y abro los ojos desde la sustancia
de mi vecino y sufro de su suerte
y padezco su historia y en sus bodas
algo festejo y en su entierro el frío
de mi único destino me saluda.
HE bien verificado y sorprendido
la ruta de los astros, la distancia
que conmemora el cielo y permanece.
Palpo destino en horma rutilante
que mis vasallos desconfían. Huyo
en las epifanías por lo limpio
de su cerrado broche. Quienes fueron
no estaban y yo ensarto
en mi poder lo que ellos presentían:
que el pensamiento turba, que su curva
descifra surtidores
mojándose en mi frente con el ruido
simétrico del agua.
SE abren los ojos en la luz y esparcen
su haber a la existencia. Se es después
en lo mismo, como el eco
refleja lo nombrado en el azogue
sin garganta del aire.
Sobro de mí y me escancio
antiguamente, repitiendo besos
que musitan estirpe y que nos rezan
desde la misma causa de los pájaros
cuando se cantan sin decirse, ciegos
al esplendor de su mensaje, libre
pulpa animal sintiéndose y sonando.
HOY nieva encima y único su invierno
sobre los maniatados
aromas deslazándose las cintas
olientes en las ramas. Paladean
lenguas de luz en el bozo
preliminar del pan en la besana
y águilas alzan la espiral baldía
de su destino altivo. Siderales
claves de pluma escancian
el aire de las vasijas
derramadas del vuelo, que remansa
en esta alcoba, donde la conciencia
degusta su saliva y es los altos
ojos de la mañana contemplada
ÓPTIMO calor. Las casas
blancas donde las hicieron.
Párpados y ventanales
entornando sus adentros.
Los quehaceres descabalgan
y entran a unos patios lentos
en cuyas enjalbegadas
manos se remansa el tiempo.
ARRINCONADOS ojos en el fondo
de la ceniza ciega,
pavores invisibles que escarban en la espuma
manchada del silencio.