


Siempre me ha gustado el nombre de la compañía: Los siete dedos de la mano. Recuerda a aquellas atracciones de feria: la mujer barbuda, el gigante… Esas palabras nos dan alguna pista para entender y disfrutar de una función tan insólita como natural. Habla de cuerpos superdotados para lograr lo que una simple mano de cinco dedos no puede alcanzar, de algo que roza lo imposible, una monstruosidad que nos permite asistir al milagro, al prodigio de la desmesura. La esencia del circo: mezcla de alegría y de tristeza, tiempo concentrado.
Passagers es un espectáculo lleno de movimiento, pero no nos engañemos, de un movimiento que lleva dentro la quietud, que a su vez tiene dentro más movimientos, trufados de íntimas quietudes. Nueve intérpretes nos invitan a compartir un viaje frenético, salpicado de parones, vías muertas y esperas. La maravilla se encuentra a ras de lo común, como si el espíritu de todos los vehículos (mezcla perfecta de quietud y movimiento, como nuestra propia vida planetaria) se hubiese apoderado de los cuerpos, obligándolos a un automatismo de máxima precisión que recuerda a los durmientes de sueño activo.
La clave del espectáculo, un montaje dominado por danzas acrobáticas, en el que hay emocionantes momentos para las tradicionales especialidades circenses (trapecio, barra, juegos malabares, telas y contorsionismo) es la confianza, la de aquellos que bailan y son lanzados con la seguridad de que al dejarse caer los demás van a recibirlos en sus brazos. La maravilla y la proeza es siempre comunitaria. Resulta especialmente conmovedor observar la intensidad con la que están pendientes unos de otros, en números en los que los compañeros han sustituido las colchonetas de seguridad, estableciendo relaciones de máxima dependencia y precisión, en una maquinaria de pulsiones y entusiasmo, atravesada por una melancolía eufórica, mezcla de la tristeza de las despedidas y la alegría desatada de la sorpresa incesante. Y una ilusión te lleva a otra: la de una humanidad pletórica, acordada el ritmo de un latido común, universo pleno de gravitaciones, en armonía de tensiones pasionales y explosiones de júbilo y paz.
La escenografía recuerda a esos viajes en tren en los que, además de contemplar montones de paisajes sugerentes, donde se sucedían montes, bosques, casas y llanuras, haciendo moverse en nuestra percepción lo que reposaba en la realidad, pues éramos nosotros quienes avanzábamos, estando al mismo tiempo detenidos en ese recipiente móvil de cuerpos parados en un vagón, teníamos también todo el tiempo del mundo para poner en marcha nuestra imaginación al observar a los otros viajeros del compartimento, con rostros que eran verdaderos signos de interrogación y nos hacían preguntarnos qué lugares y misterios estarían atravesando esas otras ventanas que son los ojos de los desconocidos.
Los siete dedos de la mano evocan el tiempo de las despedidas, de los encuentros, de abrazos y caricias, de burlas y bromas, de matar el tiempo en una tauromaquia que los enfrenta con el vacío, con los limites de individuos que van siempre más allá de sí mismos gracias a delegar su quietud cuando están en movimiento y su movimiento cuando están quietos. Porque lo que está aquí en juego es la suspensión del tiempo, la recuperación del instante que participa de lo definitivo, en la inminencia de un redoble que lleva el ritmo de los corazones de la multitud atenta como un solo hombre. De ahí que haya súbitas detenciones alrededor de las que siguen girando, saltando, arrastrándose, como en el número en el que una de las integrantes de la troupe congela a todos los demás en un solo gesto e interacciona con sus cuerpos detenidos, que se ofrecen a sus desplazamientos como una trama en la que ella va enredando el hilo de su vida.
Passagers nos ofrece también un tiempo para pensar, no solo para dejarse atravesar por los interminables paisajes que se proyectan en las ventanas del vagón. Es también un viaje que sucede en la imaginación, y se agradece especialmente que recurran, como hemos visto en todos los montajes anteriores, a la palabra para aumentar la expectación, que no prescindan de ella como fuente primordial que es de todo lo imaginario, vía de comunicación con lo desconocido. Los parlamentos que salpican la danza, las reflexiones, las bromas son también oraciones que bailan, que se elevan por los aires, monólogos que se cruzan o se preguntan por cuestiones enigmáticas, recordándonos, con datos científicos y citas de Einstein, el maravilloso funcionamiento de lo real, lo que contribuye a profundizar y extender el sentido plural de los giros de los cuerpos, de sus cruces, sus enlaces y desprendimientos. Es por ello también, además de un viaje elástico, flexible y saltarín, un recorrido reflexivo, a vueltas con el tiempo y el movimiento, con el carácter único de todas las experiencias y de todos los seres, con el significado de lo que sucede.
Dentro de una estética inspirada seguramente en el pintor norteamericano Norman Rockwell, del que podría proceder en parte el estilo de las vestimentas, las estampas de viajes, las muecas de perdedores y de gentes extraviadas, la metafísica de todas las salas de espera antes de la partida, en la impaciencia de los sucesos inminentes, de lugares que están y no están, las escenas recuerdan a un Buster Keaton (recordemos su cara de palo, su hieratismo expresivo en plena hiperactividad) desdoblado en nueve personajes, yendo y viniendo por un escenario en el que nada ni nadie deja de correr, en el que todos los elementos, incluidos los más prácticos, como el polvo blanco de la resina que usan los acróbatas en el número final del trapecio, es tratado con el protagonismo que merece cualquier detalle fundamental en el funcionamiento del equilibrismo escénico y vital.
Los artistas que participan en Passagers consiguen, sin dejar ni un solo detalle al azar, la ofrenda dionisiaca de hacer que el mito se encarne en lo cotidiano y el destino individual se reconcilie con lo infinito. Salimos del teatro renovados, purificados, y muy agradecidos.
Passagers se representa en la sala Roja de los Teatros del Canal hasta el 9 de enero.