El gozo de la tragedia, un espectáculo de Jan Fabre y Troubleyn
- Crónica del espectáculo de Troubleyn / Jan Fabre Mount Olympus. To glorify the cult of the tragedy. A 24-hour performance, 12-13/01/2018
- Pepa Entrena y Paco Carreño
- En Una tertulia cultural. Siete líneas
Mount Olympus, el gozo de la tragedia, un espectáculo de Jan Fabre y Troubleyn
La obra Mount Olympus. To glorify the cult of the tragedy es un espectáculo dominado por el exceso. Todo está ahí para desbordarnos: el continuo cuerpo a cuerpo de los actores, la vísceras con las que se golpean y bailan, las cadenas, los soliloquios de Medea, Antígona, Hércules, Áyax…. la sangre sobre la blancura de los vestidos, el vino, el denso olor, las arias clásicas y Dionisos dorado invitándonos a la locura que nos salvará a través de la tragedia.
A lo largo de veinticuatro horas ininterrumpidas los actores representan el sufrimiento de las tragedias griegas actualizándolo mediante esfuerzos que ponen al límite sus capacidades, y también las nuestras. Hay al menos tres grandes momentos, en los que el trabajo físico desmesurado lleva a los actores a un trance al que invitan al público a participar, entregado también a ese delirio de agotamiento en el que los cuerpos exhaustos insisten en ir más allá de lo humanamente posible. En uno de ellos, un ejército de actores salta a la comba con cadenas gritando consignas dionisíacas. En otro, un montón de actores-larva que acababan de despertar, bailan frenéticamente durante cuarenta minutos, metidos en sus blancos sacos de dormir, al ritmo del tambor que su dios, Dionisos, marca en un crescendo que no parece terminar nunca. En otra ocasión, serán dos actrices representando a Ifigenia y Clitemnestra las que danzarán sobre el eje de un Agamenón quieto y guerrero, como planetas que rotan sobre sí y se trasladan alrededor del astro. El simbolismo plástico de las cadenas que danzan, de los sacos de dormir como capullos agitados hacia un renacimiento, o la ligereza de las doncellas que gimen poseídas por el cansancio, nos acompañan en la vívida sensación de que atravesamos una frontera.
Durante todo el espectáculo, el cuerpo es el campo de batalla entre los dioses y los hombres. La conciencia de que siempre vencen los dioses, de que siempre es el destino fatal el que se sale con la suya, va acompañada de la revelación de que el hombre en ese sufrimiento consigue participar de una alegría sin límites.
Sí, los personajes están condenados, condenados a su destino. Como si estuviesen ya en el Hades hacen una y otra vez los mismos gestos, pronuncian las mismas palabras, vuelven al mismo baile, a la misma música. Como Tántalo, como Sísifo repiten, se repiten. Son los dioses los que imponen el ritual obsesivo que nos permitirá por fin el automatismo de una conciencia que consigue dejar de pensar en lo que hace, en lo que padece, una conciencia emancipada, finalmente de su propio destino, arraigada, sin embargo, en él, como un árbol emancipado de la tierra que baila con el cielo sin renunciar a sus raíces.
Pepa Entrena y Paco Carreño